En estas semanas me recuperé con rapidez; cuerpo y mente casi habían vuelto a la normalidad.
También recibí la escritura oficial de disolución del vínculo de pareja.
El Alfa Nate y yo quedamos legalmente desvinculados.
No sentí nada en particular; era como despertar por fin de una pesadilla demasiado larga: la mente despejada, el corazón en calma.
Era libre, completamente libre.
Después puse rumbo directo a la delegación más grande de la Alianza de Recursos del Norte.
Esta vez no era la “compañera” de nadie, ni la Luna de la familia Charles que parecía importante pero era prescindible; era yo misma.
Con mis propias capacidades —con mis garras de acero— me abriría camino en el mundo de los lobos.
Al entrar en aquel rascacielos, me llamó la atención una loba de porte elegante y aura serena que se hallaba a cierta distancia.
Vestía una túnica verde esmeralda de corte impecable; cuando posó los ojos en mí se quedó un segundo inmóvil, y su mirada se volvió compleja y, a la vez, cálida.
Vaci