Él aún intentaba hablar cuando Rose estalló en un rugido salvaje: —¿¡Así que la proteges a ella!?
Sus ojos hinchados y rojos fulminaron al Alfa Nate, cargados de rencor: —¿No estabas siempre de mi lado? ¿No dijiste que me ayudarías? ¿¡Por qué cambiaste!?
El Alfa Nate esbozó una sonrisa amarga; su voz rezumaba dolor: —Rose, todos estos años estuve equivocado. ¿Por qué te aferras a no soltar el pasado?
—¿Soltar? —Rose se rió, casi loca—. ¿Por qué debería? ¡Solo hice lo mismo que tú! Engañaste a Diana por mí y ahora te quejas de que fui demasiado lejos.
Con la mirada desquiciada remató, burlona: —¿Te arrepientes ahora? Qué pena: a la Luna Diana hace rato que dejaste de importarle.
Las pupilas de Nate temblaron, como si un golpe brutal le partiera el pecho.
Al fin comprendía cuán estúpida había sido su elección.
Yo no quería seguir atenta a su drama.
Lo miré de soslayo y, serena, advertí: —La ambulancia ya viene.
Tras un largo silencio preguntó, ronco: —Diana… ¿podríamos volver a lo de ant