cincuenta y dos domingos.
Anya cerró los ojos con suavidad, permitiéndose analizar la situación antes de tomar una decisión. Apoyó la espalda contra la madera de la silla y apretó los ojos, conteniendo un suspiro que no podía permitirse soltar.
Sus dedos temblaban alrededor del celular y la tarjeta que Edward le había entregado, tenerlos era tan tentador como peligroso.
Podía pedir ayuda, podía salir, podía escapar, pero no lo haría.
Abrió los ojos y marcó el número de emergencias en silencio, pero no presionó el botón para llamar. Solo observó cómo los dígitos brillaban en la pantalla, esperando cualquier rastro de valentía en ella, pero no era cobardía lo que sentía.
La razón le gritaba que la policía no le creería ¿Qué podría decir? ¿Que estaba encerrada en una mansión por su esposo billonario, que la cortejaba con avena? ¿Que había sido abusada por él, pero no lo denunció por vergüenza y ahora él la obligaba a quedarse a su lado?
Nadie le creería, llamar a la policía solo reviviría el dolor que sintió co