Una última vez.
Alan caminó hacia la entrada de la mansión. No volteó, ni pidió más explicaciones, solo cruzó el jardín acompañado por las hojas de otoño y desapareció tras los muros de piedra blanca.
Anya se quedó inmóvil en el jardín.
El aire estaba más frío que antes. Las hojas caían sin ruido, como si el mundo entero caminara en puntas de pie por respeto a su silencio. Ella no quería moverse, no quería entrar, pero tampoco se animaba a salir.
Solo quería estar allí, sola con sus pensamientos.
Bajo sus pies, los pétalos púrpuras que alguna vez rodearon un abrazo con Alan ya habían perdido color debido al Otoño y aún así, se veían más hermosos que nunca.
Sus manos temblaban a la espera de lo que pasaría ahora.
Había cerrado la puerta a un amor que había esperado, y frente a ella quedaba una decisión que había esquivado durante meses.
Pensó en todas las noches que no durmió, en las veces que se despertó sin saber por qué, en el hueco que se había formado en su pecho, como si algo o alguien faltara.