En los días siguientes, para Emilia todo se volvió un fin del mundo. Cada vez que veía a Dylan, el cuerpo se le ponía a temblar.
Cinco días después, justo cuando creyó que volverían a llevarla al mar, no pasó nada. En cambio, la trasladaron a una clínica privada. Dylan se quedó junto a la camilla y escuchó el latido con el Doppler fetal.
—Doctora, ¿cómo está el bebé?
—El crecimiento va muy bien. Con controles periódicos, no debería haber problema.
—Bien.
Dylan la ayudó a bajar de la camilla con cuidado.
—Parece que está creciendo fuerte.
A Emilia se le aflojaron las piernas. No tenía idea de cuál sería el siguiente paso de él. Abrió la boca para pedir ayuda, pero Dylan le susurró al oído:
—Ni lo intentes. Afuera solo hay gente mía.
Y era cierto: habían despejado la clínica; solo quedaba personal de confianza de Dylan.
—¿Qué… qué piensas hacer? —preguntó ella, desesperada.
Él sonrió apenas y le rozó el vientre con los dedos. Emilia se apartó por reflejo; la mano de Dylan quedó suspendid