Emilia iba con las manos y los pies atados, y amordazada, en el asiento trasero. Al darse cuenta de adónde se dirigía la camioneta, empezó a forcejear con desesperación; los ojos se le llenaron de terror.
—¡Mmm! ¡Mmm! —sus quejidos se ahogaban contra la mordaza.
“Dylan se volvió loco. Quiere matarme.”
Dylan oyó el alboroto y comprendió que ella ya sabía adónde iban. No se inmutó. La dejó patalear.
Cuando llegaron, un hombre los esperaba; al ver a Dylan, dudó.
—Jefe, la lancha está lista. ¿De verdad va a…?
Él había presenciado durante años cómo Dylan se desvivía en silencio por Emilia; creyó que al fin terminarían juntos. Jamás imaginó este desenlace. Miró a Emilia y negó con la cabeza. Nunca habría pensado que, para sacar de en medio a María, ella llegaría tan lejos: incluso había provocado que perdieran a su único bebé.
—Suban.
La subieron a la lancha a empujones. Vio cómo se alejaban de la costa hasta que no quedó nadie alrededor. Dylan miró el mar que conocía de memoria.
—Al agua.
“