Antes de salir del estudio, Dylan miró a Emilia, sentada en el piso, y habló con voz helada:
—Será mejor que te cubras las marcas en el cuello. No quiero que mi mamá note nada raro.
Emilia se subió el cuello de la blusa a toda prisa. Tenía los ojos llenos de miedo.
—S-sí.
Dylan abrió la puerta. Su madre suspiró aliviada al verlo.
—Me asustaron. ¿Por qué no respondían? ¿Qué fue ese ruido?
—Tiré la computadora sin querer —dijo Dylan, con una sonrisa leve.
La mujer asomó la cabeza y vio el equipo en el piso. No sospechó nada.
—¡Emilia, ven! Ya está el caldo de pescado.
Emilia temblaba cuando se acercó. Lanzó una mirada furtiva a Dylan; al no ver reacción, respondió en voz baja:
—Gracias.
Comieron. Al caer la tarde, Emilia dijo:
—Mamá, hace mucho que no me quedo aquí. Quiero quedarme unos días.
“Dylan se volvió loco”, pensó. “No puedo volver a la casa con él.”
Dylan apenas curvó los labios.
—¿Por qué quieres quedarte? —preguntó la suegra, frunciendo el ceño—. ¿Dylan te trató mal? Dime y yo