En cuanto entró al estudio, Emilia cerró con llave. La computadora no tenía contraseña; empezó a revisar carpetas sin parar, buscando el acceso a las cámaras.
“¿Dónde están? ¿Dónde…?”
Estaba por perder la paciencia cuando, en la pantalla negra, se reflejó una silueta detrás de ella.
—¡Ay!
Emilia giró en seco y se le doblaron las piernas.
Dylan la miró, entornó los ojos y sonrió despacio.
—¿Qué buscas?
—N-nada.
Él se agachó y la encaró, muy cerca. En sus recuerdos, Emilia había sido dulce y buena; ahora veía, en su lugar, a una mujer que le resultaba desconocida y temible.
Con voz muy baja, dijo:
—Emilia, sabías que María estaba embarazada, ¿verdad? —añadió—. Y la empujaste por las escaleras a propósito, ¿no?
Los ojos de Emilia se abrieron; el cuerpo le tembló.
—No… no fui yo. No fue a propósito. ¡No fui yo!
—Entonces, ¿para qué entraste al estudio? ¿A borrar las grabaciones?
Emilia tragó saliva y se cubrió el vientre, armándose de valor. “Estoy embarazada. No se va a atrever…”
—¿Ah, sí