Ana miró hacia su pierna. Después de un rato, dijo suavemente:
—Con esta nevada, mejor no conduzcas solo. Voy a hacer que el conductor, Pol, te lleve.
Mario la miró directamente:
—¿Te preocupas por mí?
Era guapo, y en ese momento, sus ojos tenían un brillo seductor, algo que ninguna mujer podía resistir…
Ana no fue la excepción.
Pero en su rostro solo mostró indiferencia:
—Solo estoy preocupada de que te pase algo. Mario, no te hagas ilusiones.
Él sabía mejor que nadie si se hacía ilusiones o no.
Ana lo amaba.
No dijo nada más, simplemente la arrastró hacia el coche, la presionó contra su pecho y luego cerró suavemente la puerta del coche…
Fuera, la nieve caía suavemente, con un crujido.
Dentro del coche, cálido y cómodo, en ese estrecho espacio, había un leve olor a tabaco en Mario, y Ana se vio obligada a estar acostada sobre él, sintiéndose un poco avergonzada.
Los ojos oscuros de Mario la miraron fijamente y él presionó un botón.
El asiento se reclino hacia atrás…
Los dos cuerpos e