Pablo, jugueteando con su teléfono, no pudo evitar reír:
—Al menos yo no traigo a mis conquistas a nuestra casa.
Camila quiso responder, pero Pablo interrumpió sacando de su bolsillo una serie de fotos y lanzándolas sobre la cama:
—Mira tus escándalos, cada foto con un hombre distinto. Sin ellas, jamás hubiera conocido la verdadera naturaleza de mi esposa ni cuánto disfruta.
Camila, recogiendo las fotos una a una, quedó petrificada. Cuando finalmente habló, su voz era un susurro suplicante:
—Pablo, me siento increíblemente sola. Te imploro, no dejes que mi padre vea estas fotos; me mataría.
Ella conocía la crueldad de Pablo; durante años la había sometido a incontables torturas sin piedad.
Camila se arrastró hasta el pie de la cama y abrazó las piernas de Pablo. Intentando seducirlo para reconciliarse, apoyó su rostro en el muslo de él y murmuró con una voz suave y cálida:
—Pablo, ¿podemos olvidar el pasado y empezar de nuevo? Prometo ser fiel, seré la señora Morales que esperas, no me