Ana regresó a la casa que alquilaba. La comida que había empezado a cocinar seguía en la sartén, pero ya no tenía ganas de terminarla. Se sentó en la oscuridad de la habitación, sin encender la calefacción, abrazando sus rodillas y perdida en sus pensamientos.
Recordó sus sueños de juventud, cuando imaginaba casarse con Mario.
Soñaba con tener dos hijos y adoptar un perro.
Las palabras suaves de Mario, «¿Quieres ser su madre?», resonaban en su mente como un cuchillo en el corazón, causándole un dolor insoportable.
Había amado a Mario durante seis años.
¿Cómo podría olvidarlo tan fácilmente?
Pasó toda la noche sentada afuera, y al amanecer, sentía la garganta apretada, probablemente un resfriado.
Su teléfono sonó: era Carmen, invitándola a volver a casa para las festividades.
Ana se quedó pensativa: —¿Festividades?
Carmen sonrió y le recordó: —¿Lo olvidaste? Hoy es Año Nuevo. Tu padre ha estado esperándote desde temprano para celebrarlo...
Su voz se suavizó: —Él no lo dice, pero e