Los preparativos estaban casi listos. El aire en la sala era denso, cargado con el aroma a incienso y hierbas quemadas. La luz de las antorchas temblaba, proyectaba sombras que danzaban sobre los muros de piedra, como si los espíritus antiguos observaran en silencio lo que estaba por suceder.
Amira fue clara:
—Nosotras no estamos inmiscuidas en esto. Usted le dará la bebida, usted debe asumir las consecuencias, porque si lo hace, no pasará de un enojo momentáneo del soberano... pero si lo hace alguna de nosotras, nuestra cabeza va a rodar.
Rubí, firme pese al temblor leve de sus manos, asintió.
—Yo acepto totalmente la culpa de todo.
El área quedó preparada minuciosamente. Zarina colocó símbolos en el suelo con polvo plateado, formó un círculo protector. En el centro, una piel blanca cubría las piedras frías, y sobre ella reposaban las copas de cristal, el incienso y el collar que Noah sujetaba entre sus dedos. El objeto brillaba débilmente, como si respondiera a la energía contenida