Noah acudió de inmediato al llamado de Leah. Sus pasos no hicieron ruido, pero su energía vibró como un trueno en el pecho de la vidente.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, con la mirada fija en su compañera.
Leah, por su parte, miraba a la Reina que yacía aún atada al cuerpo del Rey.
Tragó saliva. Sus ojos azules resplandecían con una intensidad antinatural.
—Tienes que ir —dijo con firmeza.
Sin esperar más explicaciones, Leah lo tomó del brazo y lo arrastró tras ella hacia el borde del círculo protector.
Zarina y las demás veían a la nada. La barrera de la visión se estremecía.
—Tienes que darle de tu energía —murmuró Leah.
Noah no tuvo tiempo de dudar. Cruzó la barrera invisible y sintió la carga de la visión apretar contra su piel como una segunda atmósfera. Leah aflojó la visión y ahí Noah pudo ver claramente al Rey, que seguía sobre la Reina, inmóvil, pesado, con la respiración acompasada.
Rubí, aunque consciente, no reaccionaba. Sus ojos parpadeaban con lentitud. Parecía atrapada en u