Noah, con pasos apresurados y pensamientos oscuros alimentados por la ira, se reunió con Leah.
Al llegar y contemplar su rostro, el enojo se transformó en preocupación, en frustración. Se sentía débil y lo único que logró hacer en ese instante fue rodearla con sus brazos, mientras su hija, con los ojos hinchados y la cara roja, lo observaba desde los brazos de su madre.
—Estoy bien —aseguró Leah, sin poder contener las lágrimas. Era una loba embarazada.
Incluso en un lugar "sofisticado" como ese existía la maldad primitiva. Esa que brotaba del corazón codicioso.
—No dejaré que nadie les haga daño —pronunció Noah como una promesa que no pensaba romper.
Leah lloró en silencio. No quiso asustar más a su bebé. En cuanto recuperó la compostura, fueron a "hablar" con su atacante. Necesitaban respuestas y, sobre todo, que ese tipo asqueroso pagara por su crimen.
Al regresar al sitio, vieron cómo entre dos lobos cargaban al hombre que atacó a la loba vidente.
Uno de los guardias, al notar su