Justo cuando el calor de sus labios se fundió en un beso que prometía hacerlos olvidar todo, un llanto desgarrador llenó el cuarto.
Noahlím lloraba con fuerza.
Leah se apresuró a levantarla de la cama y la estrechó en sus brazos.
—Shhh, ya, mi amor, aquí está mami —susurró contra la frente cálida y húmeda de la pequeña, y depositó un beso tan suave como el aleteo de una mariposa.
—Es la primera vez que se despierta así —a Noah le parecía inquietante el quejido lastimero de su bebé.
—Puede que haya tenido un mal sueño —Leah la meció con cuidado y comenzó a tararear una canción de cuna.
Noahlím, como si reconociera el sonido, la voz y el olor, calmó su llanto poco a poco. Sus manitas se aferraron al cuello de su madre con una fuerza desesperada.
Los tres se recostaron y formaron un trío vulnerable en la cama. Los dedos callosos de Noah, habituados a empuñar espadas, acariciaron con infinita delicadeza los diminutos pies de su hija. La bebé, envuelta en el calor de sus padres, se sintió