Al día siguiente, cuando los rayos del sol iluminaron el cielo, Leah fue llamada de nuevo ante la Reina.
Rubí se mostró amigable y conversadora. Leah, casi sin pensarlo, le contó acerca de la reciente visión sobre ella. Al ver la expresión desconcertada en su rostro, se arrepintió.
—No fue mi intención ofenderla, su majestad —le dijo con pánico en la voz.
Rubí le aseguró que no lo hizo, que su sentir se debía a la vergüenza.
—Es algo que nadie sabe con certeza, pero que todos sospechan —murmuró con una sonrisa que no logró ocultar su vergüenza.
Leah bajó la mirada a sus manos entrelazadas. ¿Qué decir ante una expresión tan triste y desolada?
—Lamento mi comentario tan despreocupado.
—No tengas cuidado. Mejor cuéntame —la Reina inclinó el cuerpo hacia adelante, como si fuera a compartir un secreto—: ¿cómo funcionan esas visiones tuyas?
Leah se encogió de hombros, incómoda. No le gustaba hablar de su don, pero era una pregunta directa de la Reina. Con voz baja, como si temiera que las p