Su mano, acalambrada, dolía. El crujido de la carne perforada por la daga se repetía una y otra vez en sus oídos. La fresca imagen del instante en que los ojos de asombro de Lucian pasaron a una mirada vacía. Una imagen terrorífica.
Noah se arrodilló hasta quedar a su altura y la abrazó. Inclinó su cabeza y hundió su nariz en su cabello.
—Todo ya terminó —le susurró de un modo tan suave, pacífico, que el cadáver decapitado junto a ellos parecía no existir.
Ella lloró. No de dolor, ni de tristeza. Era un cúmulo de sentimientos, entre ellos la libertad. El yugo de ese ser que creyeron invencible había caído.
—¿Podremos estar juntos? —pensó en voz alta. El hecho de que Lucian estuviera muerto era algo que su cerebro no terminaba de procesar.
—Sí —la respuesta de Noah fue firme. Sus sentidos se pusieron alerta. Los guerreros que quedaban de Lucian salieron de sus escondites. Algo en su cabeza le gritó lo peligroso que era quedarse allí.
Cuando un líder muere, a los segundos otr