Leah se acercó a él, deteniéndose a una distancia que permitía sentir el calor de su cuerpo. La cercanía le permitió ver las ojeras marcadas en su rostro.
—¿No quieres descansar? —preguntó, sus dedos jugueteaban con el borde de su propia túnica. Se arrepintió de sus intenciones verdaderas.
Noah negó con la cabeza; sus hombros se tensaron bajo el peso invisible de sus responsabilidades.
—Todavía quedan cosas por hacer —respondió, su voz ronca por el cansancio y la necesidad de parecer fuerte. Además del deseo contenido.
—Por favor, descansa —insistió Leah; su mano se posó en su brazo con una ternura que lo desarmó—. Te veo agotado.
—Estoy bien —aseguró Noah, pero su cuerpo delató la mentira cuando contuvo un bostezo a medias.
Un silencio incómodo se extendió entre ellos. Noah le dijo que iba a continuar y ella asintió.
A la hora de dormir, uno se acostó al lado del otro. Ambos se encontraban boca arriba, despiertos, pero incapaces de conversar. Cada uno absorto en sus pensamient