—Déjate de locuras —lo regañó Noah mientras sostenía a su hija contra el pecho. Las hojas se mecían por el viento; el pronóstico ya advertía otra tormenta.
—Yo sé más de estas cosas que tú. Digo que usted… —Cassian casi suplicó, con las manos abiertas en un gesto de impotencia—. Vamos, alfa, solo necesitas poner un poco de tu parte...
—Yo también sé de estas cosas —Noah alzó a su cachorra. Un mechón dorado de su cabello se desplazó al contacto con el aire.
—¿Entonces? No me digas que la hambruna ha hecho que mi alfa se vuelva impotente.
—Vete a la mier… —Noah detuvo su maldición a mitad de camino, consciente del pequeño ser en sus brazos—. No digas cosas que no comprendes.
—Ella quiere. No se va a negar —aseguró Cassian con una confianza que crispó los músculos de la mandíbula de Noah.
—¿Y cómo te atreves a asegurar algo así de mi compañera? —Su voz se volvió de hielo—. Recuerda tu lugar.
Cassian se cruzó de brazos y apretó los labios. ¿Tan difícil era entender su punto?
—Yo