Cassian no necesitó mirar a Leah. Ya sabía que estaba a punto de romperse. Pero también sabía que, si hacía falta, ella mordería a cualquiera que se acercara a su hija.
Y él, por su parte, también estaba dispuesto a matar. Pero la lógica lo llevaba a buscar otras alternativas menos peligrosas.
—¿Cuál es el nombre de esa loba? —preguntó el guerrero sin apartar la vista de la vidente.
—Amira —dijo Cassian con rapidez, e hizo un gran esfuerzo por controlar el temblor en su voz—. Nosotros solo estamos de paso, señor. No buscamos problemas.
El lobo lo ignoró. Avanzó con decisión hacia Leah. Su presencia era imponente. La élite de la élite, los mejores guerreros de todo el reino.
La cachorra descansaba en brazos de Zarina, junto a su cachorro macho que de vez en cuando apretaba la nariz de la bebé contra la suya y besaba sus pies. Los niños se mantenían en silencio, como si hubieran nacido para entender que el mundo era un sitio cruel donde el ruido podía costarles la vida.
Noahlím