Las palabras de Michelle resonaron con dureza en la mente de Leah.
Su corazón se aceleró, la piel de su nuca se erizó.
—¿D-de dónde… cómo sabes eso? —le preguntó con los labios temblorosos. Las piernas le flaquearon.
Las fosas nasales de Michelle se ensancharon. Apretó los dientes y los puños. Sin miramientos, se abalanzó sobre Leah con fuerza desmedida.
La vidente cayó con una violencia brutal. El sonido de su cuerpo contra el piso fue como el de un saco de arena pesado y blando.
Michelle alcanzó a atinar un golpe en la mejilla de la vidente antes de ser interceptada por Zarina.
Cinco segundos bastaron para que la loba la sometiera contra el suelo.
—Eres una perra rabiosa, te voy a enseñar a respetar —le dijo, y acto seguido, sus puños se hundieron en el rostro de la loba. A diferencia de los golpes inexpertos y torpes de Michelle, los de la exsacerdotisa de Karluz eran certeros, duros.
El mundo se redujo al cuerpo desplomado de Leah. Amira cayó de rodillas a su lado. Sus ojos, conv