Leah y Cassian cruzaron el último tramo del sendero. El suelo se volvió más firme, salpicado de raíces, barro seco y piedras afiladas. Al fondo, las primeras casas de madera aparecieron entre la neblina. El olor a humo, sudor y carne cocida les golpeó directo en la nariz. Humanos.
Cassian caminó delante de ella, pero de reojo la observaba. El rostro de Leah hablaba solo. Estaba afectada, devastada por la partida del alfa. Sus ojos no enfocaban, su respiración era errática. La loba ni siquiera intentaba disimularlo.
—Tienes que calmarte —le dijo con voz baja, sin dejar de mirar al frente—. Ya hicimos lo único que podíamos hacer para detener a ese maldito.
Leah lo miró como si le hablara en otro idioma. Sus cejas se unieron, confundida.
—Sí, Leah. Tú ya le contaste a Noah sobre la profecía —insistió Cassian—. Solo falta que el cachorro llegue a este mundo… y listo. Se acabó.
Sonrió, pero la sonrisa duró poco. La volvió a mirar. Seria. Tensa. Con los labios apretados.
—¿Porque eso hicist