Leah soltó un quejido y, de manera instintiva, con su mano se cubrió el cuello.
A Noah le costó un par de segundos procesar lo que pasaba. Parpadeó y luego se enderezó; sus ojos buscaron el rostro de la vidente.
Ella se veía… ¿asustada?
—¿Qué ocurre? —le preguntó con verdadera curiosidad. No alcanzaba a comprender por qué un beso y una caricia suya le provocaban miedo e incomodidad.
—Es… —las palabras se le atascaron en la garganta, carraspeó un poco y continuó—: es que, esto es… de-demasiado.
—¿Demasiado? —Noah entrecerró los ojos y enarcó una ceja.
Leah bajó la mirada de inmediato. Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si hubiera corrido una gran distancia. Sus dedos seguían sobre el cuello, donde todavía ardía el calor del alfa.
—Yo… no es que —musitó—. Es solo que…
Noah ladeó un poco el rostro. La tensión en su mandíbula era evidente. No era furia. Más bien confusión.
—¿He hecho algo indebido? —preguntó en voz baja, con los colmillos semi expuestos. Su cuerpo permanecía relaj