Cassian observaba cómo la banda de lobos extraños aumentaba en número. Uno tras otro salía de entre las sombras con ojos vacíos. Tragó saliva.
«Solo esto faltaba… la puta mierd*», maldijo su suerte.
El lobo híbrido, de piel curtida y mandíbula definida, extendió la mano y tomó la de Leah. Lo hizo con una delicadeza inquietante, casi reverencial. Aspiró su aroma, cerró los ojos con lentitud y luego los abrió con sorpresa.
—Eres una loba pura —murmuró como si eso fuera imposible.
Leah retrocedió un paso. Su cuerpo se tensó. Dirigió la mirada hacia Cassian, pero ya era tarde. Cuatro lobos la rodeaban. Jóvenes, fornidos, con dagas curvas relucientes. Uno de ellos habló sin titubeos.
—Te cortaremos la cabeza.
No era una amenaza. Era una promesa.
El híbrido la sujetó por el cuello. Con la fuerza suficiente para inmovilizarla, pero sin asfixiarla.
—¡Suéltame! —espetó Leah, y forzó cada músculo de su cuerpo—. ¡Te he dicho que me sueltes!
Su mirada desesperada y llena de pánico encontró la