Lucian miró al frente. Esperaba que Noahleem cruzara la puerta principal.
El día en que eliminó a su padre y a sus hermanas, lo había dejado con vida. No por compasión. No por un lazo fraternal.
Lo hizo por venganza.
Por poder.
Por un don que le podría ser útil.
¿Qué mejor desenlace que ese?
El sonido de los pasos interrumpió el silencio. Todos los presentes dirigieron la mirada hacia la entrada. Leah, junto a Lucian, perdió el color del rostro al reconocer la figura que se acercaba.
Quiso gritar. Irse de ahí. Desaparecer.
Era Noah.
«¿Dijo hermano? ¡No, esto no puede ser! ¡Es un error!», pensó Leah sin encontrar fuerza para fingir tranquilidad.
Noah entró con la cabeza erguida y el rostro sereno. Su andar transmitía calma, como si todo estuviera bajo control.
Lucian sonrió con cinismo. Sus ojos mostraban burla… y algo más.
—Han pasado muchos años —dijo con voz templada—. Al fin tomaste la mejor decisión de tu vida: servirme.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire