El lugar se encontraba demasiado silencioso; de no ser por la sombra reflejada en las lámparas de vidrio se pensaría que no había nadie.
—Ezra —Noahlím intentó que su tono sonara casual, aunque el conflicto entre ambos todavía latía en el aire.
Él la miró unos segundos y después volvió a sus tareas.
—¿Qué se le ofrece? —preguntó mientras le daba la espalda y acomodaba los vendajes limpios.
—¿Cómo estás?
—Me siento igual que todos los días —encogió los hombros; un dejo de cólera acumulada acompañó sus palabras.
—Bueno… lo de ayer… —respiró hondo, eligió cada palabra con cautela—, lo que pasó no fue tu culpa.
—Sí que lo fue —Ezra replicó al instante. La mandíbula se tensó, y en ese mismo segundo la montaña de vendas recién apiladas se vino abajo a sus pies. Él se agachó.
—No, de verdad que no lo fue. —Ella se inclinó y comenzó a ayudarlo con la tela.
Ambos quedaron de frente. Los ojos de Ezra se detuvieron en cada rasgo del rostro de la hija del Alfa. Quiso memorizar cada detalle, y al