Un sollozo interrumpió el silencio.
—¡Cassian! —la voz quebrada de Ada atravesó el umbral como una ráfaga desesperada. La loba se abrió paso entre los cuerpos hasta llegar a la camilla. No pidió permiso. No esperó indicaciones.
Cayó de rodillas junto a su hijo. Lo abrazó con fuerza, casi con miedo de que su cuerpo desapareciera entre sus brazos. Le besó la frente, las mejillas, la nariz.
—Mi cachorro… mi vida… —murmuró sin soltarlo. Sus hombros temblaban y su mirada se perdió en el vacío al notar la sangre seca pegada a la piel del niño.
El jovencito cerró los ojos y, por primera vez desde que despertó, lloró en silencio.
Ella lo sostuvo contra su pecho y dejó caer su frente sobre la de él. Nadie se atrevió a interrumpirlos. Cassian padre miró a su esposa, conmovido, agradecido de que el final de ese suceso favoreciera a su familia.
Mientras todos hablaban y la sala se vaciaba poco a poco, Ada permaneció abrazada a su hijo, como si el mundo entero pudiera derrumbarse sin que ell