Unos pasos retumbaron sobre la grava húmeda. Leah contuvo el aire.
El corazón le latía sin control; su cuerpo temblaba.
«Por favor, que no sea él…», gritó desesperada una vocecita dentro de su mente.
Lucian.
Si era él…
Si la veía con esos lobos extraños... la iba a destruir. Sin pedirle explicaciones, sin razonar, solo obtendría su furia.
Los ojos se le llenaron de pánico. Escuchó otros dos pasos de los forasteros.
El primer lobo se sorprendió al ver ese cambio abrupto en ella. El otro la observaba sin decir palabra, también extrañado.
Ella apretó los labios. ¿Debía correr o quedarse muy quieta?
Algo… cualquier cosa que la hiciera invisible.
Los pasos se acercaron.
Ella retrocedió más y más hasta que su cuerpo se pegó contra el muro del jardín. Las piedras frías le rasparon la espalda.
Y entonces…
Nada.
Solo el viento.
Solo ramas que se mecían.
Solo su propio miedo que la hizo ver cosas que no eran. No era nadie. Solo su imaginación, su mente atrofiada de tanto golpe.