—No quiero. Eso es todo. No tiene que haber un motivo —en el área asignada para los lobos heridos en combate, Noahlím se negaba a dejarse sanar por Ezra hijo.
Se levantó tan bruscamente de la cama que el vaso con té de manzanilla se volcó sobre la mesa de madera ubicada en la esquina.
—Discúlpeme si le he faltado al respeto —Liani agachó la cabeza; la expresión en su rostro era de completo asombro.
Tal vez sobrepasó un nivel de confianza que no le correspondía. La hija del alfa ya no era esa niña risueña que recolectaba flores en el campo. Ahora era una señorita, una joven mujer con ideales marcados.
Ezra cerró los ojos e imitó la acción de su madre. Apretó los párpados. Transcurrieron tres segundos y luego los abrió sin mirar a la hija del alfa.
El ceño fruncido de Noahlím se suavizó. Sintió una punzada de remordimiento.
—No… no, yo soy quien debe disculparse —suspiró y extendió su mano en dirección a Ezra.
Él avanzó unos pasos, sujetó su brazo y, en un esfuerzo por tocarla solo lo