A las tres y media de la tarde, la mansión Cabello estaba lista para recibir a los invitados. Cada detalle había sido cuidado al máximo: el aire olía a flores frescas, el extenso jardín lucía como sacado de un cuento de hadas, con luces colgantes que daban un toque mágico y elegante al ambiente.
Los invitados, impecablemente vestidos, charlaban en pequeños grupos, con un aire animado, pero siempre manteniendo la elegancia.
—Dicen que la familia Cabello al fin encontró a su hija perdida, la señorita Marina —comentó una mujer con un tono de asombro, inclinándose hacia su amiga.
—Sí, y encima es la directora del Grupo Zárate. ¡Toda una sorpresa, ¿verdad?! —respondió la otra, afirmando con una sonrisa de admiración.
Marina y Diego habían llegado temprano, pero, como era su costumbre, se separaron apenas entraron.
Eduardo y Luna, como siempre atentos, estaban justo en la entrada recibiendo a los invitados con amabilidad y sonrisas justas. Marina, impecable como de costumbre, iba al lado de