C13: La señora de la mansión.
Ámbar permaneció estática. Estaba perpleja ante la escena que tenía delante: Raymond abrazado con vehemencia por aquella mujer que lo llamaba prometido.
Margot, la madrastra, no tardó en notar esa inmovilidad.
—¿Por qué sigues ahí parada? ¡Vamos, muévete, muévete! —chasqueó los dedos frente a ella como si estuviera apremiando a una criada torpe.
Ámbar parpadeó, volviendo en sí de golpe. Se ajustó las maletas entre las manos y echó una última mirada. Raymond seguía allí, atrapado en el abrazo de aquella mujer que parecía negarse a soltarlo. Aquella imagen se grabó en su mente con una punzada inquietante antes de girarse para seguir los pasos de los demás empleados.
Subieron una imponente escalera de mármol, atravesaron un largo pasillo, y finalmente llegaron a una de las habitaciones principales de la mansión.
Al entrar, Ámbar quedó anonadada. El dormitorio era inmenso y lujoso: suelo brillante bajo una alfombra mullida, paredes con tapices delicados, muebles como piezas de colección. U