Vidal irrumpió su casa como un huracán. La puerta se cerró de golpe detrás de él con un portazo que retumbó en las paredes.
Alaska apareció desde el pasillo, sorprendida por el estrépito.
—Vidal, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar en la empresa a esta hora?
—Dime algo, Alaska. ¿Alguna vez Ámbar te habló de otro hombre? Cuando estaba casada conmigo… ¿Ella tenía un amante o alguna persona que le interesara?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Ámbar se casó. Acabo de verla vestida de novia y me enseñó el anillo de boda.
—¿La viste? ¿Acaso fuiste a buscarla?
—Claro que lo hice, ¿o se te olvida que Ámbar lleva a mi hijo en el vientre?
—No, claro que no lo olvido. Ese hijo es mío también.
—No se supone que las cosas debían terminar así —refunfuñó Vidal—. Tienes que arreglar las cosas con ella y mantenerte cerca para vigilarla.
—Yo pensé que… ahora que ya estás divorciado, tú y yo podríamos empezar una relación de verdad...
—No es momento para hablar de nosotros. No puedo permitir que Á