Raymond la observó con escepticismo, como si las palabras que acababan de brotar de los labios de Layla fuesen demasiado audaces para ser pronunciadas en voz alta. En su mirada había incredulidad, pero también un ligero destello de alarma, una conciencia súbita de que aquella situación no debía escapar de su control.
—Layla… ¿cómo puedes decir ese tipo de cosas? Ya te lo repetí: no puede volver a suceder, bajo ninguna circunstancia. Y si insistes con esto, no podremos seguir viviendo bajo el mismo techo.
—Raymond, no seas injusto —replicó Layla—. Yo solo traté de ayudarte anoche. Te ayudé a sentarte, te serví agua, intenté reconfortarte. No negaré que me gustas, nunca he escondido eso. Y sí, estuve muy cerca de ti, pero tú no me apartaste, sino que nos besamos, y tú, en lugar de detenerme, subiste sobre mí, me cubriste con tu cuerpo, me presionaste contra la cama, y… casi me hiciste tuya. ¿Entiendes, Raymond? Así que, que ahora quieras expulsarme de esta casa por algo que también hici