Lucía ya no sabía qué pensar de toda la situación que estaba viviendo. Se suponía que trataría de hallar un poco de compasión en el señor Parisi, todo por el bien de su hermana, pero las cosas comenzaron a tomar otro rumbo cuando el CEO empezó a hacerle preguntas un tanto fuera del asunto principal. Lo que más la desconcertó fue que se quitara el abrigo. ¿Por qué le pediría tal cosa?
—Realmente detesto repetir las cosas, señorita. —El tono de voz, el rostro, la postura… Todo en el hombre era tan… frío—. Quítese el abrigo. —No entiendo… —Ahogó las palabras y, resignándose, se puso de pie—. Está bien. —Exhalando un suspiro por lo bajo, Lucía se quitó el enorme abrigo. Por un momento sintió vergüenza ya que estaba consciente de que sus ropas no eran las mejores ni de marca, mucho menos elegantes. También estaba muy consciente de la mirada analítica del CEO sobre ella. ¿Qué estaría pensando el hombre al verla ahora sin el abrigo? Por amor a Dios, ella sabía que no despertaría nada en el CEO e incluso pensó que el hombre se burlaría por cómo estaba vestida. Entonces recordó el desagrado con el que ese hombre le contó que su hermana había intentado seducirlo y Lucía se sintió apenada. ¿De verdad Pía había llegado tan lejos? Y el horror la acogió cuando se percató de la posibilidad de que el hombre estuviera pensando en aprovecharse de ella, pero cuando Lucía miró fijamente a los ojos del CEO, se dio cuenta de que él no transmitía… nada. Era más una mirada analítica, casi clínica, que una mirada… —Bien, señorita, ¿hasta dónde llegaría con tal de salvar a su hermana de la cárcel? La sorpresa tiñó el rostro de Lucía porque, ¿qué era todo esto? El hombre apuesto delante de ella… Esos ojos azul acero que la observaban de manera fría, analítica, no le decían nada. No había absolutamente nada en el rostro del hombre. Sin emoción, sin… vida. Y antes de que se perdiera de nuevo en sus pensamientos, Lucía se dio cuenta que el CEO le había hecho una pregunta. Por su hermana, ella estaría dispuesta… —Llegaría hasta donde fuera necesario, señor Parisi —replicó, después de unos segundos—. Como le he dicho, Pía es mi única familia. Es mi hermanita y no puedo permitir que ella vaya a la cárcel. —En otras palabras… Está dispuesta a cualquier cosa. —Lucía se limitó a asentir, viendo al CEO ponerse de pie—. Siendo así, me alegra escuchar eso, señorita, porque entonces existe grandes posibilidades para una negociación. Lucía tuvo que reprimir un gemido de sorpresa cuando el hombre rodeó el escritorio, dirigiéndose hacia los ventanales, dándole la espalda a ella. Fue imposible que sus ojos no recorrieran la figura imponente del CEO. El hombre era incluso mucho más impresionante estando de pie. Exudaba una elegancia casi hechizante, sumando todo ese poderío propio de su persona. Una vez más, Lucía se dio cuenta de lo extremadamente guapo que era este hombre, tanto de rostro como en su porte. Sin embargo, lamentablemente, toda esa elegancia, poder y belleza, eran insignificantes si el hombre no tenía ni una pizca de emoción en su mirada ni en su actitud. Fácilmente podría compararse con uno de esos modelos de ropas caras que a veces veía en carteles publicitarios, pero irónicamente, esos modelos que posaban para la cámara de un profesional transmitían emociones… Este hombre no. Dentro de la broza que comenzaba a formarse en la mente de Lucía, hubo un clic que la trajo de nuevo a la realidad. ¿Negociación? ¿Qué quería negociar el CEO con ella? Y lo que más la incomodó, ¿negociar cómo, a cambio de qué? ¿Dinero? ¿El CEO Parisi, dueño de una empresa multinacional y multimillonaria, le iba a pedir una compensación económica por el tiempo que su equipo pasó investigando el intento de robo de su hermana? ¿De dónde sacaría Lucía dinero? De nuevo, se vio envuelta en perturbadores pensamientos y la realidad estaba cayendo en su respectivo lugar. Al final, tenía que reconocer que su hermana, de alguna manera, había salido con la suya, librándose de esta situación bochornosa que ahora Lucía estaba padeciendo. (…) Logan seguía mirando las vistas de la ciudad a través del impoluto cristal de los ventanales mientras su mente hilvanaba diferentes situaciones respecto a la decisión que había llegado. Ciertamente no era algo a lo que quería llegar, pero debido a los últimos acontecimientos referidos a su madre, la solución podría estar allí mismo, ahora, en su oficina. Necesitaba desesperadamente tranquilizar a su madre, hacerla entender que podía confiar en él, que realmente él podía sentar cabeza y que podía llegar a ser el hombre hecho y derecho que tanto ella quería que fuera. Esto último ya lo era, aunque su madre dijera que para serlo, tenía que tener a una buena mujer a su lado, una compañera, una pareja estable. Pese a ello, la cruel verdad y realidad era que Logan no tenía amigas. No había nadie en quien confiar plenamente y, aunque nunca lo admitiría en voz alta, le dolía un poco. Todas las mujeres que pasaron por su vida —descartando solo a una de “todas”— fueron aventuras de una sola noche o, en algunos casos, aventuras que duraron poco más de unos cuantos días. Ninguna de ellas le servía para lo que se traía en manos. Tal vez la inesperada llegada de esta mujer a su oficina podría resultar siendo un beneficio para él. —Mi madre tiene leucemia. Hace poco más de dos años que se lo diagnosticaron —imperó, sin un ápice de nada en su tono de voz—. Ahora mismo ella está muy bien atendida. Está aquí, en la ciudad, en una clínica privada siendo atendida por grandes especialistas y sometiéndose a diferentes pruebas. —Yo… Lo siento mucho, señor Parisi. —Sí, él también lo sentía—. Sin embargo, ¿por qué me está diciendo esto? ¿Qué tiene que ver conmigo? —Por la sencilla razón de que tengo una proposición para hacerle, señorita —refutó, girándose sobre sí y mirando fijamente a la mujer—. Sin dudas, una proposición que nos beneficiará a los dos. —Se percató del ceño fruncido de la mujer y de cómo lo miraba como si él hubiera perdido la cabeza o algo así. Tal vez lo había hecho o estaba a punto de… Además, cabía la posibilidad de que lo que diría a continuación no sería lo más sensato, pero como dice cierta frase cliché, «el fin justifica los medios», ¿cierto? Logan estaba habituado a este tipo de cosas, hacer lo que fuera necesario con tal de ganar. En el mundo de los negocios, todo asunto, mientras no se desvíe de lo legal, era válido. —No estoy entendiendo, señor Parisi. —Logan quiso bufar, pero se contuvo y volvió a sentarse en su cómoda silla de cuero—. ¿Qué proposición? ¿Por qué dice que es un beneficio para ambos? Yo… —Será mejor que se siente, señorita —indicó, dándose cuenta que ella seguía de pie después de quitarse el abrigo—. Le aseguro que esto le interesará y tanto usted como yo, saldremos beneficiados. Es una negociación de la que no puede negarse por un motivo muy importante para usted. —Logan estaba dispuesto a negociar con esta mujer e incluso recurrir al chantaje de ser necesario. A fin de cuentas, todo era válido y, según él, no estaba haciendo nada malo si eso significaba algún provecho para su propio bienestar.