Perder el tiempo.

¿Por qué no sentía nada? Logan estaba seguro de que cualquier otra persona hubiera sentido, al menos, empatía por la mujer. La mayoría de las mujeres que él había conocido solo significaron caras bonitas y cuerpos perfectos. Significaron una noche apasionada y nada más. Sin embargo, muy a su pesar, tenía que reconocer que la mujer que ahora estaba delante de él, siendo un mar de lágrimas, le provocaba algo, pero no estaba seguro de qué.

—Está haciéndome perder el tiempo, señorita. —Vio cómo los hombros se sacudieron por un sollozo—. Si no deja de llorar, no podremos continuar con esta conversación. Y en lo que a mí respecta, soy un hombre ocupado.

—Usted… ¿No… tiene un atisbo de misericordia?

Logan quiso reírse ante la pregunta absurda, pero mantuvo su rostro pétreo mientras abría uno de los cajones de su escritorio. Cuando no encontró lo que buscaba, maldijo mentalmente. La mujer tenía el semblante rojizo y las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. Era la imagen de alguien desesperado, de alguien que rogaba con la mirada por algo de compasión. Logan no sentía nada.

—¿Por qué tendría que sentir misericordia por una delincuente? —preguntó, mirándola fijamente.

—Escuche, señor Parisi, le doy mi palabra y le aseguro que Pía no volverá a cometer ningún otro delito. Se lo aseguro.

—Por eso no se preocupe porque su hermana no volverá a hacer nada. Ella estará en la cárcel y no creo que intente hacer algo indebido allí —replicó, encogiéndose de hombros.

—No puede… —Ella calló y sacó un pañuelo de tela de su bolso. Se limpió las lágrimas del rostro y la nariz. Apretó el pañuelo en un puño y lo miró fijamente—. No puede mandar a la cárcel a mi hermana. Yo le aseguro que la mantendré vigilada y…

—Dígame, señorita, ¿cuántas veces ha dado la cara por su hermana? —preguntó—. Está ahí sentada, llorando y suplicando por alguien que, estoy seguro, ni siquiera se preocupa por sí misma. Vea la realidad de una buena vez y deje de hacerme perder el tiempo.

—¡Eso no es cierto, señor Parisi! —exclamó ella. El odio brotando en la mirada marrón claro—. Pía es una buena persona, es una buena hermana. Y yo no estoy dando la cara por ella.

—Si lo que está diciendo fuera cierto, su hermana no hubiera cometido ningún delito en primer lugar —refutó, tan inquebrantable e indiferente—. Además, es evidente que la defiende porque es su familia. Sin embargo, debe abrir los ojos y ver la realidad. Y esa realidad es que su hermana es una delincuente. —Logan no dejó de mirarla y notó que el rostro de ella seguía rojizo pese a que ya no lloraba. También se percató que ella no se había quitado el abrigo. Un abrigo que le quedaba demasiado suelto y grande.

—¿Cómo puede decir eso sabiendo que mi hermana no se robó esos documentos?

—El hecho de que esos documentos no hayan terminado en manos de la competencia, no significa que su hermana no sea una delincuente —espetó, sintiéndose cansado de andar con tantos rodeos—. Esta conversación no está yendo a ninguna parte, señorita.

—Desde que mis padres fallecieron, cuidé de mi hermana y lo seguiré haciendo por lo que me quede de vida.

—Entonces no ha hecho un buen trabajo —imperó, haciendo un gesto con una mano hacia ella—. Usted puede decir un montón de cosas buenas de su hermana, pero la verdad es otra y lo sabe. Muy en el fondo lo sabe. ¿Cuánto años tiene?

—¿Por qué quiere saber algo que no tiene nada que ver con esto, señor Parisi?

Vio la confusión emerger en la mirada de ella mientras fruncía un poco el ceño. Logan se removió en la silla y apoyó los antebrazos sobre el escritorio, sin quitar la mirada de la mujer. Cierta curiosidad comenzó a brotar en el interior de Logan. Curiosidad porque esta mujer no se asemejaba en nada con su hermana. Algo no encajaba…

—Responda la pregunta —ordenó.

—Tengo 28.

—Eso está mejor —profirió, su tono desinteresado—. Significa que es dos años mayor que Pía. ¿Hace cuánto fallecieron sus padres?

A la confusión se sumó el escepticismo en el semblante de la mujer y Logan ni se inmutó al contemplarla sin reparos. Una cosa era segura, Logan había tocado una fibra sensible. No le importó.

—No sé a dónde quiere llegar, señor Parisi, pero… —Ella inhaló y exhaló, desviando la mirada de él—. Ellos fallecieron hace ya diez años. Once dentro de unos meses.

—Imagino que debió ser muy difícil para usted hacerse cargo de su hermana a tan temprana edad. —La mujer asintió, pero no lo miró—. Prácticamente tuvo que madurar rápidamente, hacerle frente a la vida y cuidar de una niña.

—Estoy consciente de que no he sido la mejor, pero hice todo cuanto pude por salir adelante con mi hermana. Temo que por ello Pía sea un poco rebelde. —Por fin ella lo miró de nuevo—. Sin embargo, la entiendo, sabe. Ha sido más difícil para ella que para mí.

—Entiendo que lo haya sido, al menos por unos años. —La vio dibujar un mohín con los labios—. Pero no se puede ser rebelde siempre. Su hermana ya no es esa niña.

—Es mi hermanita, señor Parisi —reafirmó la mujer.

—Deje de tratarla como si todavía fuera una niña —objetó, su voz más adusta y fría.

—¿Cómo pretende que haga tal cosa? —Logan se encogió de hombros, restándole importancia—. Pía siempre fue la niña mimada y yo no podía dejar que no lo fuera más solo porque nuestros padres ya no estaban más con nosotras.

—Lo único que ha conseguido hasta ahora es que me convenza más de que su hermana es una manipuladora —inquirió, ladeando la cabeza hacia un lado—. Usted está tan cegada de la verdad y realidad, que no puede ver lo que su hermana ha hecho y lo que, estoy seguro, es capaz de hacer con tal de salirse con las suyas.

—No es cierto, yo…

—Seguramente tiene calor con ese abrigo que trae puesto —interrumpió, dándole una mirada completa a la mujer—. ¿Por qué no se lo quita? Se sentirá más cómoda.

—¿Disculpe?

—Aquí dentro está cálido. Imagino que debe estar transpirando con ese abrigo. —Logan fue testigo, una vez más, del rojizo en el rostro de la mujer. No sabía si era por el calor o por la vergüenza. Pero ¿por qué tendría vergüenza de estar transpirando? Era algo natural de las personas cuando sentían calor.

—No veo el por qué debería quitarme el abrigo, señor Parisi, si ya me marcho.

—Quizá haya algo más que decir, señorita —sentenció, mirándola fríamente.

—No lo creo. He dicho todo cuanto tenía que decir, tratando de encontrar un atisbo de piedad en usted, pero, desgraciadamente, usted no tiene nada de eso —refutó la mujer.

—Repito, quizá haya algo más que decir —imperó, acomodándose en la silla nuevamente y apoyando la espada en el respaldo de esta—. Quítese el abrigo, señorita. —Logan sabía que lo último sonó más a una orden, pero no le dio relevancia.

Lo cierto era que sentía curiosidad por saber que escondía ese abrigo tan grande y largo. Y si tenía que volver a insistir, lo haría con tal de ver lo que la mujer ocultaba…

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