Epílogo.
El sonido de las risas llegaba hasta la cocina y Lucía negó con la cabeza. Conocía muy bien esas risas y no presagiaba nada bueno, al menos no para ella. Significaba que algo estaban tramando o peor aún, que algo habían hecho. Se inclinaba más por lo segundo; además, no sería la primera vez.
Exhalando un suspiro, con las risitas de fondo, Lucía se colocó las manoplas y sacó del horno una bandeja repleta con galletas con chispas de chocolate, las preferidas de ciertas personas que se encontraban en el living. La dejó sobre la encimera, cerca de la ventana entreabierta para que se enfríen más rápido, la corriente de aire que se filtraba por la ranura era más que suficiente. Luego buscó las tazas; en cuatro sirvió café y en la cuarta leche chocolatada tibia. Puso las tazas humeantes en una charola y giró sobre sí, con la mirada fija en las galletas. «Bueno, saben mejor si no están del todo frías», pensó mientras las colocaba en un plato, que también fue a parar a la charola.
Entrecerró l