DUNCAN
Me quedé cerca del extremo de la habitación, bebida en mano, asintiendo a quien me saludara primero, fingiendo no notar cómo la gente intentaba arrastrarme a conversaciones que no me interesaban. Mi rostro permanecía sereno. Neutral. Imperturbable. ¿Pero por dentro? Hervía de rabia.
Esa mujer...
Por supuesto que estaba aquí. ¿Por qué no habría de estarlo? Habían invitado a todo el pueblo. Era una invitación abierta. Así funcionaba esta tradición sagrada mía. Solo que no esperaba que apareciera luciendo así... así.
Rojo.
Entró como una llama, incendiando cada pensamiento coherente que tenía. En el momento en que apareció, toda la habitación cambió. Lo vi en cómo se giraron las cabezas, en cómo se interrumpieron las conversaciones.
Lo sentí en cómo se me cayó el estómago y algo ardiente se apretó en mi pecho. Y aún ahora, una hora después, rodeado por la mitad del pueblo y al menos tres mujeres tratando de llamar mi atención, no podía apartar la mirada de ella.
Se rió de algo que