ELAINE
Sabía que un simple paseo al parque no arreglaría todo, pero esperaba que ayudara. Y lo hizo. Amelia finalmente me sonrió de nuevo, una sonrisa genuina, de esas que llegan a los ojos y hacen que mi corazón se hinche de alegría.
Había estado conteniendo la respiración desde la noche en que Duncan apareció en mi puerta y me dijo, con ese modo brusco y directo suyo, que una vez que arreglara las cosas con su hija, debía desaparecer de sus vidas. Pero yo no quería desaparecer.
Amaba a esos niños. A los tres. Y en algún momento, sin proponérmelo, había empezado a preocuparme por su padre también. Quizás más de lo que debería. Ese pensamiento me asustaba.
Porque Duncan no era fácil. Era reservado, a veces frío, y con demasiada frecuencia exasperante. Pero no era cruel, no realmente. Simplemente mantenía a la gente alejada, y comenzaba a pensar que su rencor hacia mí no era enteramente por mí.
No tenía pruebas, pero podía sentirlo. Había algo más detrás de su enojo, algo más en la mane