ELAINE
Dejar ir a Amelia fue como abrir una vieja herida y echarle sal encima.
Me quedé parada en la entrada del hospital, observando cómo Duncan la llevaba sujetándola por la muñeca, no de la mano, no con un toque suave para guiarla, sino con un agarre demasiado firme y familiar. Mi corazón se encogió, gritándome que corriera tras ella, que la jalara de vuelta, que pidiera a gritos que alguien lo detuviera, pero no lo hice porque técnicamente, no tenía ningún derecho, ninguna prueba, no había heridas visibles ni una confesión.
Solo moretones, silencio, y mi instinto. Aun así, no iba a rendirme, no realmente.
—Aquí está mi número —dije, extendiéndole mi tarjeta mientras Duncan vacilaba junto a su camioneta—. Visitaré a Amelia diariamente. Solo será una visita rápida después del trabajo, nada importante.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente, no le gustó eso.
Bien.
—Ocupados —murmuró.
—No me quedaré mucho tiempo —insistí, manteniendo un tono ligero, a pesar de la tensión que hervía en m