La sombra que acecha

La noche se había vuelto un campo de batalla invisible. Cada vez que cerraba los ojos, sentía que una presencia se acercaba más, como si el aire mismo llevara un susurro oscuro que me helaba la sangre. Ana y yo nos encontrábamos atrapados en una tormenta silenciosa, una que parecía crecer con cada secreto que desvelábamos.

Después de aquella noche en que el espejo estalló en mil pedazos, pensé que el peligro se había alejado. Pero estaba equivocado. La oscuridad no se fue; solo cambió de forma, como un depredador que acecha desde las sombras esperando el momento exacto para atacar.

Aquella mañana, al llegar al instituto, Ana estaba extrañamente callada. Sus ojos, que antes brillaban con una mezcla de miedo y valentía, ahora estaban apagados, hundidos en un abismo invisible. La lluvia había cesado, pero el cielo seguía encapotado, con nubes que amenazaban tormenta.

—¿Estás bien? —pregunté, intentando no sonar preocupado, aunque cada fibra de mi cuerpo gritaba lo co