Encuentro con el grupo
La noche estaba densa y silenciosa cuando escuchamos pasos acercándose. No era un sonido cualquiera; tenía un ritmo decidido, firme, como si quienes vinieran supieran exactamente a dónde iban y qué buscaban. Cada paso resonaba sobre el cemento agrietado, un eco que parecía multiplicarse con la brisa fría que atravesaba los ventanales rotos del edificio.
León y yo nos escondimos detrás de un muro viejo, la respiración contenida, los latidos en mis oídos tan fuertes que sentía que podían delatarnos. Mi mano rozó la de León, un contacto breve pero necesario para recordarnos que estábamos en esto juntos, que no importaba quiénes vinieran, no íbamos a rendirnos.
Entonces, las figuras emergieron de las sombras: cinco en total, vestidos con prendas oscuras que parecían casi uniformes, con insignias que relucían bajo la luz tenue de la luna que se colaba por las grietas del techo. Sus pasos eran silenciosos, controlados, como si incluso el suelo se negara a delatarlos.