Sombras que Susurran
La noche estaba especialmente oscura, como si el cielo mismo quisiera ocultar algún secreto. Las nubes cubrían la luna, y solo algunos faroles iluminaban la calle vacía donde caminaba, sintiendo que cada paso resonaba con un eco que no era del todo mío.
El aire era frío, cargado con esa energía que aprendí a reconocer, ese cosquilleo en la nuca que me decía que algo estaba observando, midiendo mis movimientos. No era paranoia, ya no. Después de todo lo que habíamos visto, aprendido, y sobrevivido, era instinto.
Mi mente volvía una y otra vez a las palabras de Ana, al diario que había sostenido con manos temblorosas, y a los espejos que ahora sabía eran mucho más que simples objetos malditos. Eran puertas, portales a algo que se retorcía en la oscuridad, esperando.
Me detuve cuando escuché un susurro. No supe si venía del viento o de algo más. Volteé, buscando con la mirada, con el corazón golpeándome con fuerza en el pecho.
Y allí estaba ella.
Ana, con su chaquet