capitulo 45

El umbral de las llamas

El lugar al que nos citó Lucía estaba lejos del pueblo, en una vieja casona de ladrillos rojos, con ventanas cubiertas de cortinas pesadas que apenas dejaban pasar la luz gris de la tarde. El camino hasta allí fue silencioso, salvo por el golpeteo de mis dedos en mis rodillas y la respiración temblorosa de Ana.

Cuando bajamos del auto, Lucía nos esperaba en el umbral, con un abrigo negro y una bufanda que le cubría la mitad del rostro. A su lado, un hombre alto de cabello oscuro y barba de pocos días nos observaba con unos ojos grises que parecían perforar, como si ya supiera todo lo que cargábamos dentro.

—Pasen —dijo Lucía, con esa voz firme que me hacía pensar que nada la sorprendía—. Es hora de que sepan la verdad.

Ana me miró antes de cruzar la puerta, sosteniendo su colgante como si fuera un talismán contra lo desconocido, como si temiera que al soltarlo todo se rompiera. Y en el fondo, yo sentía lo mismo.

La casa olía a incienso, a madera quemada y a un
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