Reflejos que susurran
Ana no había dejado de mirar la tarjeta negra desde que llegamos a su casa. La giraba entre sus dedos, una y otra vez, mientras su respiración temblaba en cada exhalación. El colgante en su cuello parecía más pesado que nunca, como si supiera que el fragmento que guardaba dentro era ahora el centro de todo.
—Esto no tiene sentido… —murmuró.
Yo estaba sentado frente a ella, con las manos entrelazadas, sintiendo las pulsaciones en mis sienes cada vez más intensas. Afuera, la noche caía con una quietud inquietante, y cada sombra en las paredes parecía moverse un poco cuando no miraba.
—Ana, tenemos que decidir qué haremos —le dije.
Ella alzó la vista, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño.
—Dijeron que tú eres el catalizador… que yo soy la llave… ¿y ahora qué? ¿Se supone que confiemos en extraños que nos siguen y saben cosas de mi mamá?
Me quedé en silencio. Porque en parte, tenía razón. Pero cada fibra de mi cuerpo me gritaba que ignorar todo esto no iba a