Entre dos reflejos
El aire cambió en cuanto cruzamos el umbral del espejo. Fue como si una cortina invisible se cerrara detrás de nosotros, aislándonos del mundo real y sumergiéndonos en una dimensión distorsionada, oscura, que parecía una pesadilla hecha realidad. La vieja mansión Umbra había quedado atrás, reemplazada por un paisaje inquietante y retorcido que desafiaba toda lógica. Las sombras se estiraban y contorsionaban sin sentido, alargándose y convulsionando como si tuvieran vida propia, mientras la luz se consumía lentamente, tragada por una penumbra opaca que no permitía vislumbrar el final del horizonte.
Ana caminaba junto a mí con pasos cautelosos, pero sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de una mezcla de terror y fascinación, como si intentara absorber cada detalle de ese lugar que parecía salido de las profundidades de un sueño oscuro y errático. Su respiración era agitada, casi temblorosa, y en su rostro se dibujaba la lucha interna entre el miedo y la dete