Ecos en la madera
Ana
Cuando la vela se apagó, me di cuenta de que no había marcha atrás.
El aire se volvió denso, cargado de una humedad que se pegaba a la piel como un aliento frío. León sostenía la muñeca con firmeza, sus labios aún tensos tras haber pronunciado ese nombre prohibido.
“El Devorador de Duelo.”
Sentir el nombre en mi mente era como tener una astilla clavada en el corazón.
Ethan se acercó a mí, su mano temblaba un poco cuando se posó en mi espalda, intentando transmitir calma, pero yo podía sentir que él también estaba asustado.
Me aferré a ese miedo compartido. Era mejor que sentirme sola.
—¿Qué haremos ahora? —pregunté, mi voz resonando en la cocina en penumbra.
León me miró, sus ojos fijos, calculadores.
—Debemos buscar cualquier registro, cualquier historia que esté vinculada a esta casa. Viejas cartas, diarios, incluso rumores del pueblo. Todo puede ser útil.
Me crucé de brazos, frotándome para intentar sacarme el frío de encima.
—¿Y cómo sabemos que no lo estamo