reflejo maldito
reflejo maldito
Por: Marina ayelen simbron
capitulo 1

El reflejo y la carta

Siempre había sabido que había algo roto en mí.

Lo sentía en cada paso por los pasillos del instituto, cada vez que la gente me miraba y yo no lograba sostener la mirada. Era como si detrás de mis ojos hubiera algo que se deslizaba, algo que no se veía, pero que me vigilaba desde dentro. Y aunque aprendí a ignorarlo, esa sensación de ser un reflejo distorsionado entre personas normales nunca se fue.

Hasta que llegó esa mañana.

Encontré el paquete en la puerta, sin remitente. Envuelto en papel marrón rasgado, atado con un cordel ennegrecido. El aire se sintió denso mientras lo recogía, y mis manos temblaron al abrirlo.

Dentro, un espejo, o lo que quedaba de él: grietas que se abrían como telarañas sobre la superficie, con un residuo oscuro en las esquinas, como si hubiera llorado algo que se había secado con el tiempo.

Y una nota, en papel amarillento, con tinta casi desvanecida:

> “Cuídala, si puedes.”

No tenía idea de a quién se refería. Ni por qué el reflejo en ese espejo parecía moverse un milímetro cuando lo miré, como si respirara, como si me mirara con una sonrisa torcida que yo no estaba haciendo.

El frío subió por mis muñecas, como un escalofrío líquido que se aferró a mis huesos, mientras lo guardaba en mi mochila con el pulso acelerado, antes de que mi madre saliera de la cocina con esa sonrisa que no le llegaba a los ojos.

—¿Todo bien, Ethan? —preguntó, su voz igual de vacía que su sonrisa.

—Sí, mamá —mentí.

Pero incluso mientras caminaba hacia el instituto, sentía el peso del espejo en mi mochila como un latido ajeno, pesado y oscuro, cada paso resonando como un eco en mi mente. La calle parecía más gris, las casas más estrechas, el cielo más lejano.

El día pasó como un zumbido distante. Los gritos en los pasillos, las risas de los demás, las conversaciones sobre exámenes y fiestas... todo me rozaba sin tocarme realmente. Mi mente estaba atrapada en las palabras de la nota, en el reflejo que me miró sin moverse conmigo.

Cuando sonó el timbre de salida, la sensación de que alguien me observaba era tan intensa que me detuve en la puerta, mirando a mi alrededor. Mis compañeros salían en grupos, riendo, chocando hombros, quejándose de los deberes, mientras yo solo escuchaba mi respiración.

Fue entonces cuando lo vi.

Al otro lado de la calle, un hombre con capucha oscura, inmóvil. No pude ver su rostro, solo la línea rígida de su cuello, las manos colgando a los costados, hasta que una de ellas se levantó, sosteniendo un papel.

Lo dejó caer al suelo y giró, desapareciendo entre la gente.

Mi cuerpo se movió antes de que pudiera pensar. Crucé corriendo, esquivando coches, ignorando los insultos de un conductor mientras recogía el papel.

> “Todo comenzó por ella.”

Mi pecho se comprimió, como si el aire se hubiera vuelto pesado de repente. Miré a mi alrededor, buscando al hombre, pero se había esfumado. Solo quedaba el murmullo de la calle, el eco de mi respiración y el papel arrugado en mi mano.

La noche llegó temprano, o así lo sentí. Me encerré en mi habitación, con la luz tenue de mi lámpara proyectando sombras largas sobre las paredes. Saqué el espejo de mi mochila y lo coloqué sobre el escritorio, las grietas atrapando la luz como cicatrices de algo que no quería sanar.

Lo miré.

El reflejo parecía normal, al principio. Mi cabello desordenado, mis ojeras marcadas, los ojos que nunca lograban sostener una mirada demasiado tiempo.

Pero entonces, algo cambió.

Un parpadeo.

Mi reflejo... se movió.

No de esa forma en que uno se mueve al inclinarse. No. Mi reflejo alzó una mano cuando yo no lo hice, y esa sonrisa torcida volvió a aparecer, estirándose de una forma que mi rostro no podía imitar. Sus labios se movieron, formando palabras que no escuché, pero que sentí, como un latido extraño vibrando bajo mi piel.

“Protégela.”

La voz era un susurro dentro de mi mente, tan real que sentí como si me hubieran hablado al oído. Retrocedí, golpeando la silla detrás de mí, con el corazón retumbando en mis costillas.

Un golpe en la puerta me hizo girar.

—¿Ethan? —Era mi madre, su voz amortiguada—. ¿Estás bien?

—Sí —respondí con voz rasposa, mirando de reojo al espejo.

El reflejo volvió a la normalidad, mostrándome a mí, temblando, con el pecho subiendo y bajando de forma irregular.

Apagué la luz esa noche, pero no pude dormir.

Cada sombra en las paredes parecía moverse, cada reflejo en la ventana mostraba un destello de algo que no debía estar ahí. Me senté en la cama, abrazando mis rodillas, con la nota arrugada entre mis dedos.

“Cuídala.”

“Todo comenzó por ella.”

¿Quién era ella?

¿De qué debía protegerla?

Y lo más aterrador de todo: ¿de quién?

No sabía que, en unas horas, al entrar al instituto, mis ojos se cruzarían con los de una chica de cabello oscuro y mirada perdida que me miraría como si me conociera.

O que ese sería el momento en que todo comenzaría a romperse, otra vez.

---

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP