Capítulo 2:

Ella

No dormí esa noche.

Cada vez que cerraba los ojos, veía el reflejo moviéndose por su cuenta. Esa sonrisa torcida. Esa palabra susurrada que aún ardía en mi mente: “Protégela”.

No sabía de quién hablaba, pero mientras caminaba por el pasillo del instituto a la mañana siguiente, con el aire frío raspándome los pulmones, algo dentro de mí sabía que algo iba a pasar.

La vi en el segundo pasillo a la izquierda, sentada sola en el suelo, con la espalda contra los casilleros y la mirada fija en el suelo. Su cabello oscuro le caía sobre el rostro, ocultándole la expresión, pero sus manos estaban tensas, aferradas al borde de una libreta como si se fuera a romper.

No sé por qué me detuve.

No sé por qué, entre todos los ruidos, risas y gritos, pude escuchar su respiración irregular.

Mis ojos se fijaron en ella, y fue como si algo en mí despertara.

Como si la reconociera de un sueño que no recordaba, de un reflejo que había visto en otra vida. Un latido extraño retumbó en mi pecho, y antes de darme cuenta, mis pies se movieron hacia ella.

Me detuve frente a ella. No levantó la vista de inmediato, pero sus dedos temblaron, y una hoja de su cuaderno se desprendió y cayó al suelo.

La recogí, con cuidado, notando la letra pequeña, desordenada, como garabatos en medio de frases que no entendía. Había dibujos de espejos rotos, ojos, sombras que se alargaban sobre un suelo que parecía líquido.

—Se te cayó —dije, mi voz saliendo más suave de lo que esperaba.

Ella alzó la vista, y sus ojos me golpearon como un puñetazo silencioso.

Oscuros, con un brillo opaco, como si contuvieran un mar de algo que no se podía nombrar. Había algo roto en ella, algo que reconocí porque era lo mismo que yo sentía cada vez que me veía en el espejo.

—Gracias —murmuró, tomando la hoja con cuidado, sin apartar la vista de mis ojos.

Su voz era baja, áspera, como si no hablara seguido.

Por un momento, ninguno de los dos se movió.

Todo a nuestro alrededor seguía, la gente riendo, caminando, corriendo para no llegar tarde a clases, pero para mí, el mundo se detuvo.

La forma en que ella me miraba no era como los demás. No era con curiosidad, ni juicio. Era como si me viera realmente, como si supiera algo que yo no.

—Soy Ethan —dije, sintiendo mi garganta seca.

Sus labios temblaron antes de responder.

—Ana.

Su nombre encajó en mi mente como una pieza que faltaba. Ana. “Protégela.”

Sentí un escalofrío subir por mi espalda, como si alguien hubiera pasado un dedo frío por mi nuca. Tragué saliva, desviando la vista por un segundo, y cuando volví a mirarla, ella ya estaba de pie, sujetando su libreta contra su pecho.

—¿Nos conocemos? —preguntó, ladeando ligeramente la cabeza, su cabello cayendo como un velo oscuro.

Negué, aunque no estaba seguro de que fuera verdad.

—No... creo que no.

Ella me estudió por un momento, sus ojos paseando por mi rostro, y luego bajaron a mi muñeca, donde aún quedaba una marca roja de la noche anterior, cuando había sujetado el espejo con demasiada fuerza.

Sus ojos se oscurecieron aún más, y por un segundo, juré que vi un destello de algo en ellos. Algo como miedo. O tal vez, reconocimiento.

—Tienes algo... pegado —dijo, señalando mi hombro.

Miré, confundido, y al mirar el reflejo de un casillero a mi lado, vi una mancha oscura sobre mi camiseta, justo donde ella había señalado.

No estaba allí antes.

Era una mancha negra, extendiéndose como una sombra líquida, que latía al ritmo de mi pulso. Parpadeé, y cuando volví a mirar, había desaparecido.

—¿Lo viste? —pregunté, con la voz baja.

Ana asintió, su mano temblando mientras se aferraba más fuerte a su libreta.

—Te siguen —murmuró.

Su voz era apenas un susurro, pero la escuché tan clara como si la hubiera gritado. Y en ese instante, supe que ella sabía algo.

Algo sobre mí.

Algo sobre el reflejo.

—¿Qué sabes? —pregunté, dando un paso hacia ella.

Ana retrocedió un paso, su respiración acelerándose, sus ojos llenándose de una emoción que no entendí del todo.

—No aquí —dijo—. No ahora.

Quiso irse, pero antes de que pudiera alejarse, algo cayó de su cuaderno. Un pedazo de papel doblado muchas veces, amarillento, con bordes quemados.

Lo recogí antes de que pudiera detenerme.

En el papel, había una frase escrita con la misma letra desordenada que había visto antes:

> “El reflejo se rompe cuando la oscuridad se libera.”

> “Recuerda quién eres.”

Mi mano se tensó, arrugando el papel mientras la miraba.

Ana me miró con los ojos húmedos, temblando, antes de arrebatarme el papel de las manos. Sus labios se movieron, pero no dijo nada, y entonces se giró, alejándose entre la multitud.

Me quedé allí, sintiendo mi corazón retumbar, con la frase grabada en mi mente.

“Recuerda quién eres.”

Pero yo no sabía quién era.

Solo sabía que algo se estaba acercando.

Algo que había estado esperándonos.

Y que, de alguna manera, todo comenzaba con ella.

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