Ecos del pasado
La noche parecía haberse tragado el mundo entero, dejando solo un silencio pesado y un aire cargado de presagios. La casa de Ana, normalmente un refugio, se sentía ahora como una trampa invisible, un laberinto de sombras que acechaban en cada rincón.
Nos sentamos frente al espejo antiguo, ese que había despertado todo, con sus bordes tallados en madera oscura y desgastada, reflejando no solo nuestras imágenes, sino algo mucho más profundo y perturbador.
—¿Sabes lo que dicen? —Ana rompió el silencio con voz temblorosa—. Que el espejo guarda recuerdos. Que no refleja solo lo que está frente a él, sino lo que fue... y lo que podría ser.
Miré mi reflejo. Pero no era solo mi rostro lo que vi. Detrás de mí, en el cristal, parecía formarse una figura borrosa, una sombra que se movía en sincronía pero con retraso, como si el espejo respirara con vida propia.
—¿Crees que es eso lo que nos está atormentando? —pregunté, intentando no mostrar el miedo que sentía.
Ana asintió lenta