capitulo 108

La tarde cayó con un silencio espeso, casi antinatural. El aire cargado de electricidad se aferraba a cada rincón de la casa, como si las paredes mismas retuvieran la respiración, a la espera de algo que estaba por romperse. Entre las sombras alargadas, el crujir de la madera bajo nuestros pasos se sentía como un eco lejano de advertencia.

León estaba de pie frente a la ventana rota, observando las nubes grises que se agrupaban en el horizonte, formando remolinos que parecían pulsar con una vida oscura. Su mano descansaba sobre el marco de la ventana, los nudillos blancos de tensión, mientras su mirada se perdía en esa tormenta que se avecinaba.

—¿Lo sientes? —preguntó sin apartar la vista.

Me detuve detrás de él, sintiendo un cosquilleo en la nuca, un presentimiento que helaba la sangre.

—Sí... —respondí, con un nudo en la garganta—. Se está acercando.

Era como si cada segundo se alargara, estirándose en una espera cruel. Desde que el ritual selló la puerta, habíamos tenido estos día
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